*Por Lorenzo Silva
Meridiano de sangre, la llamó Cormac McCarthy, en esa novela que no sólo es la más poderosa de su Trilogía de la Frontera, sino probablemente la más perturbadora de su formidable producción. Volvió a retratarla en No es país para viejos, otro libro magnífico, y tal vez la mejor novela negra publicada por un autor norteamericano en el siglo XXI, a despecho de la rutinaria y sorprendentemente huera película rodada por los hermanos Coen, que decidieron abdicar de su personalidad y de su acreditada pericia cinematográfica para perpetrar un pastiche de Tarantino protagonizado por un Javier Bardem de absurdo flequillo. El disparate cosechó la recompensa del Oscar para todos, pero mutila y desactiva una novela que es justo lo que los Coen no muestran: un alegato contra el permiso para la violencia asimétrica y desmedida que otorgan las guerras modernas, y del que algunos combatientes no saben desprenderse cuando vuelven a casa.
En la frontera, esa raya maldita entre los Estados Unidos y Méjico, sucede también Breaking Bad, la estupenda serie de Vince Gilligan para la AMC, que, merced a la incomprensible política en la comercialización de productos audiovisuales, no está a la venta en todas sus temporadas pero puede conseguirse entera en la red a través de los copistas piratas. A través de la singular y cada vez más sobrecogedora peripecia de un profesor de Química enfermo de cáncer, que para poder dejar una herencia a su familia se convierte en el mejor sintetizador de metanfetamina de Nuevo Méjico, la serie nos refiere con crudeza el escenario del horror en que se convierte esa frontera que separa o une, según se mire, al mayor operador logístico del negocio de la droga en el mundo (Méjico) y al país que además de ser el primer mercado para ese producto lo es también de armas de todo tipo en manos de los particulares. Una historia llena de fuerza y sutileza, una realización hipnótica y unos intérpretes soberbios consiguen una serie adictiva, tan luminosa como terrible, tan divertida como oscura y trágica.
Y por último, sobre esa frontera, y sobre la catástrofe del narco que arrasa Méjico pero también compromete seriamente a Estados Unidos, transcurre la ejemplar novela de Don Winslow, El poder del perro, que retrata a lo largo de dos décadas la lucha fallida de la DEA, la agencia antidroga americana, contra unos cárteles que cada vez son más fuertes, cada vez tienen más capacidad de abastecer la demanda y cada vez lo hacen a un precio más barato. Ejemplo de eficacia en la gestión empresarial (el de los cárteles, no el de la DEA) con el que no puede competir ningún otro sector productivo en el mundo. En el mismo territorio se sitúa Salvajes, la novela de Winslow cuya precuela, Los reyes de lo cool, se nos anuncia para este otoño, y que nos cuenta una historia emparentada con la de No es país para viejos: cómo los ex combatientes inadaptados, en este caso de Irak y Afganistán, resbalan hacia la delincuencia y acaban, para más inri, convertidos en ‘soldados’ del narco mejicano. Una historia que refleja los oscuros vasos comunicantes de este mundo en el que vivimos, y que mal que nos pese, porque no resulta nada esperanzadora, explica buena parte de las cosas que en él suceden.
No es un lugar agradable, esa frontera. Pero hay que viajar hasta ella, para entender y saber un poco más acerca de esta época violenta y confusa que nos ha tocado vivir.
EL PODER DEL PERRO es sin duda una obra maestra y está (y siempre estará) entre mis favoritos. Lectura imprescindible.
Publicado por: Anne | 05/29/2012 en 11:12 a.m.